Dudo si es un atrevimiento por mi parte, sin ser experto en moda, opinar y adentrarme en el
pantanoso tema de si la moda se puede considerar una disciplina artística y,
siendo así, el valor de la misma como arte. Lo cierto es que después de la
visita a la exposición de Yves Saint Laurent en la Fundación MAPFRE, el cuerpo
me pedía un post.

                 

Y es que, curiosamente, desde el primer vistazo a las salas, lo que me sugirió la muestra fue la
diferenciación que a uno se le viene a la cabeza cuando visita alguna obra
arquitectónica significativa. Me estoy refiriendo a la diferencia que se
establece entre edificación como acción y efecto de edificar, esto es, hacer un
edificio, y arquitectura como el arte y técnica de diseñar, proyectar y
construir edificios con la concurrencia de ciertas peculiaridades. Se entiende
que la definición de arquitectura ya está inequívocamente bañada con el barniz
de lo artístico.

Sin dejar a un lado el acertado diseño del planteamiento de la exposición y el agradable viaje por la
obra del diseñador, y salvando también lo que supone la figura de YSL como el
artífice de dotar de poder a la mujer, quedando para mademoiselle Chanel el
honor de haberla liberado, quisiera destacar las palabras de Bruno Remaury:
“Allí donde Chanel es sobre todo una figura de carácter y Dior un cuerpo, Saint
Laurent es ante todo la síntesis de un registro de emociones”.

En su faceta más obvia y más epidérmica, es evidente la fascinación del genio por el mundo del arte y
por algunas personalidades en concreto, que se hace patente en diseños
archiconocidos como el que tiene como fuente de inspiración a Mondrian. Pero
este no es el eje del asunto. Tal y como decía al principio, YSL es alguien que
va más allá de la edificación, y prueba de ello es que durante mi visita a la
exposición, al menos tres chicas reconocían fascinadas la pertinencia, la
solvencia y la contemporaneidad de los diseños con un decidido: “Ese vestido me
lo podría poner ahora mismo”, o “se lleva hoy igual que entonces”, en el mismo
sentido que cuando uno visita una exposición en el Prado o el Thyssen y sueña
algún día con poder disfrutar en la soledad de su salón de un Klimt, un Picasso
o un Warhol.

Algo grande debe de tener quien despierta con sus trabajos esta clase de sentimientos. Quizá todo
comentario sobra y lo único pertinente, que en última instancia justifica que
en manos de algunos la moda se convierta en un arte, lo dijo el propio YSL
cuando reconoció que “la moda no es un arte, pero para dedicarse a ella hay que
ser un artista”.