Si os pregunto de repente quién es Charles-Édouard Jeanneret, seguramente no sabréis dar una respuesta, pero si pregunto quién es Le Corbusier, casi con toda seguridad llegará a vuestra mente la imagen de un edificio o de un famoso arquitecto. Por si aún no lo sabíais, el famoso arquitecto adoptó inicialmente su pseudónimo para firmar algunos de sus artículos y para la actividad que acabó siendo la más importante en su trayectoria: la arquitectura. Sin embargo, mantuvo su nombre auténtico para firmar muchas de sus pinturas, ya que este polifacético artista fue también uno de los impulsores del movimiento purista, que se alejaba de las extremadas abstracciones del cubismo para poner en valor las formas geométricas puras de los objetos cotidianos.

Le Corbusier

Parece que tenemos dos nombres para definir y nombrar a una de las figuras internacionales más importantes de la arquitectura contemporánea y, sin embargo, esto no representa ningún problema porque el nombre de Le Corbusier es tan poderoso y está tan grabado en nuestras mentes que tiene un posicionamiento claro. Le Corbusier desarrolló con notoriedad muchas más actividades además de la arquitectura: fue diseñador de muebles, urbanista, dibujante, editor, escritor. No está nada mal su cartera de productos para quien, por tradición,  estaba llamado a ser grabador de cajas de relojes.

Si vamos desgranando lo que tiene que ver con las marcas, vemos un amplio espectro de productos que podrían resultar difíciles de gestionar con coherencia, pero es posible hallarla aglutinando todas estas constantes extensiones de marca que representan esta variedad de actividades bajo el paraguas común de lo artístico.

Al revisar conceptos relacionados con nuestra disciplina y analizar paralelamente la trayectoria arquitectónica de Le Corbusier, nos encontramos con un artista contradictorio que incluso llega a mantener presupuestos estéticos antagónicos. Si bien es uno de los grandes representantes del movimiento moderno y de sus formas claras, su obra se coloca en las antípodas de este movimiento y al decir esto pienso, por supuesto, en la capilla Ronchamp. En Le corbusier convive con absoluta naturalidad modernidad y tradición; los avances técnicos, el racionalismo y la función junto al respeto por el paisaje y la naturaleza y la adaptación del edificio a sus parámetros; Oriente y Occidente. Parece que los contrarios se juntan y transitan con normalidad en su obra.

La conclusión es que si como marca tenemos una fuerte identidad, es decir, tenemos claro aquello que nos hace únicos y diferentes conformando nuestra propuesta de valor, podemos hacer convivir todo aquello que aparentemente es antagónico, contrario o diferente. Actividades y planteamientos a primera vista irreconciliables juegan entonces a nuestro favor, y en Le Corbusier tenemos un magnífico ejemplo.