Los que me leéis habitualmente, me habéis escuchado o habéis compartido conmigo un café, sabéis que acostumbro a hacer un mix entre las cosas que me suceden, el aprendizaje que me aportan y las reflexiones que se derivan en torno al branding o la gestión de marcas. Esta manera de proceder tiene que ver con que estoy convencido de que tenemos al alcance de la mano experiencias de las que las marcas podrían aprender mucho.

Así que ya debéis de estar acostumbrados a que utilice palabras como humanizar, sonreír, empatizar, facilitar, diferenciarse; atributos en los que, en definitiva, los pequeños tienen una enorme ventaja respecto a los grandes, porque estos últimos suelen perderse justamente en el anonimato de sus dimensiones.

Habitualmente vivo y os cuento experiencias positivas, pero de las negativas también se pueden sacar conclusiones. Veréis: le tenía echado el ojo a una tienda pequeñita de alimentación del barrio (enseguida entenderéis por qué hablo en pasado) que vendía productos delicatesen. Su precio no era prohibitivo, pero el negocio se situaba en una franja más premium. El caso es que me había prometido entrar en varias ocasiones, y cuál fue mi sorpresa cuando hace unos días vi un cartel de liquidación por cese del negocio. En esta ocasión acudí in extremis y, por qué no decirlo, a la llamada de los precios.

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