Alejandro Magno fue uno de los grandes conquistadores de la historia y uno de los iconos culturales de la historia universal. Su biografía, como la de otros grandes personajes célebres, está plagada de grandezas y miserias, de leyendas y realidad a partes iguales. Desde muy joven asumió tareas de responsabilidad y fue educado en la disciplina militar, aunque también contó con el apoyo de Aristóteles para su educación y formación intelectual. Es conocida su ansiedad por saltar a la vida real y convertirse en quien quiso ser desde muy joven. Incluso su padre le recordó que se buscase otro reino pues «Macedonia no es lo suficientemente grande para ti». Fue Alejandro uno de los hombres más célebres y más poderosos de su tiempo. Fue un emperador con el mundo a sus pies, con lo que todo esto comporta.
Diógenes fue el cínico más célebre de la filosofía griega. Al igual que Alejandro Magno, su vida está llena de leyendas y anécdotas. Para la historia ha quedado su forma de vida y su ejemplo de humildad y sencillez. Aunque no hay testimonio escrito, salvo el de su homónimo Diógenes Laercio, parece que vivió de un modo acorde con lo que predicaba, haciendo de la pobreza y de la ausencia de deseos y necesidades su forma de vida. Parece que su único afán era «buscar hombres honestos», y que solo contaba con un manto, un báculo y un cuenco, del que parece que también llegó a desprenderse por considerarlo innecesario al ver beber a un niño con las manos. Duerme en una tinaja, que es el ejemplo máximo de ser y vivir de un modo coherente con lo que se es y se posee, con un apego extremo a la naturaleza y la sencillez. «Tengo lo que soy» podría ser un buen resumen de su mensaje para la historia.
Las historias de Alejandro Magno y de Diógenes confluyen en una anécdota compartida por ambos. Parece que estando el filósofo durmiendo en Corinto en su tinaja, recibió la visita del emperador que había oído hablar de él y quiso conocerlo. Se acercó a Diógenes acompañado de todo el boato que le seguía, y le ofreció cumplir sus deseos y llenar su vida de parabienes y riquezas. El cínico, que acostumbraba a ser irreverente con los poderosos y siempre fiel a su filosofía, respondió que su único deseo era que Alejandro se apartase del sol y permitiese que los rayos siguieran llegando hasta él. Su único deseo: que no le tapara el sol. Aquí tenemos conviviendo a dos hombres célebres, dos filosofías, dos maneras de entender el mundo: la sencillez extrema frente al boato, el ser el que soy en cualquier circunstancia frente a cumplir el papel que la historia ha designado para mí. Sin juzgar a ninguno de los dos personajes, conviene recordar que esta anécdota culmina cuando Alejandro reconoce ante los suyos que, de no haber sido Alejandro Magno, desearía haber sido Diógenes de Sinope.
De alguna manera, el todopoderoso acaba reconociendo el valor y las virtudes de la sencillez y de vivir acorde a las necesidades que se tienen y en absoluta coherencia con lo que uno es. Y es justamente en este lugar del encuentro entre estos personajes donde se puede extraer un aprendizaje para las marcas. Quizá las grandes marcas, con todas sus posibilidades y recursos, no pueden llegar al extremo de sencillez y autenticidad que se destilan de esta anécdota a la hora de ofrecer exclusivamente «aquello que se es como producto, servicio, empresa u organización». En definitiva, no nos olvidemos que también las marcas son lo que tienen, pero, sobre todo, tienen lo que son.