Después de leer el título pensarás que estoy loco, que te estoy tomando el pelo o que es imposible que estos conceptos tengan algo en común. Pero, después de leerlo, quizá descubras que comparten algo entre ellos y con las marcas.
Si tienes unos añitos, seguro que, como yo, recuerdas estar delante del televisor viendo los dibujos animados de un tipo fuerte que comía lo que más odiabas del mundo, las espinacas. De las verduras horribles que no nos gustaban, las espinacas eran de lo peor, ¿o no? Y seguro que has tenido que hacerte mayor para reconocer que son una delicia gastronómica. Popeye era el único que las comía sin parar porque eran la gasolina que le convertía en el más fuerte para librar al mundo de la injusticia y a Olivia del malvado Brutus.
Era un personaje muy peculiar, un tipo valiente, pero no un héroe al uso: era un precursor de los héroes, uno de andar por casa, y por eso nos encantaba. No era guapo, tartamudeaba, fumaba en su inseparable pipa y era tuerto del ojo derecho. Un marinero que nos enamoró y que hizo que mamá aprovechase la emisión de los dibujos para volver a intentar que comiésemos espinacas, que eran muy buenas para la salud y nos iban a hacer tan fuertes como a nuestro ídolo. Y hay que reconocer que, entre su insistencia y nuestra admiración por Popeye, muchas veces lo consiguió.
Corría el año 1929 cuando la Cámara de Productores de Espinacas de los EE.UU. encargó una tira cómica y divertida para familiarizar a los niños con el consumo de las saludables espinacas. Y vaya si lo consiguieron. ¿Cómo? Implicando a los niños, gracias a la diversión y al humor, en el consumo de algo tan saludable como las espinacas. Hoy en día, Popeye sigue siendo un recuerdo agradable para todos, y lamento haberte desvelado, si aún no lo sabías, el secreto de dónde y por qué nació Popeye. Aunque estoy casi seguro de que esto no cambia nada.
Si eres aficionado a la “buena mesa”, es muy probable que alguna vez hayas tenido en cuenta las famosas estrellas que otorga la famosa Guía Michelín a la hora de elegir un restaurante. Guiados por el criterio de sus propios jueces y parámetros, podemos discernir cuándo estamos ante un establecimiento de calidad contrastada.
Como bien sabes, Michelín es un famoso fabricante de neumáticos cuyo símbolo muchos reconocemos gracias a la mascota Bibendum y a los “michelines” que le sobran. Cuando se generalizó el uso del automóvil y desplazarse se convirtió en toda una aventura que implicaba correr el riesgo de pinchar una rueda y sufrir largas esperas, la compañía decidió regalar una pequeña guía al comprador de neumáticos. En el librito, el usuario podía encontrar planos de ciudades, centros médicos, listados de mecánicos, curiosidades. En definitiva, la guía era una herramienta útil (y, en aquel momento, gratuita), para situaciones que el conductor de la época podía necesitar solventar. El éxito, el buen hacer y, sobre todo, el dar antes de recibir, consolidaron la guía, que, a partir de 1920, se conviertió en un producto comercializable con vida propia. El prestigio posterior avala el don de la oportunidad que tuvieron desde Michelín al regalar esta herramienta tan útil, que acabaría siendo una referencia de la compañía, y así hasta hoy. Lamento haberte revelado la razón última que subyace en tu elección de restaurante, pero creo que esta información no modifica en nada ni tu percepción ni tu criterio.
Seguro que hay algún bar en tu barrio al que acudes con frecuencia, y en el que incluso conocen tus gustos y preferencias. Como fruto de esa confianza es posible que un día te ofrecieran un platillo de olivas para completar tu consumición. Y tú, agradecido y sin saber la marca de las olivas que completaron tu caña y aumentaron tu confianza en el bar. Un ejemplo cotidiano, barato y de andar por casa de que dar antes de recibir es, ha sido y será una magnífica estrategia. Lo dejo aquí para que las marcas reflexionen sobre ello.