Vivimos en la era del conocimiento y la información. Son tantos los estímulos que nos rodean que no sabemos dónde mirar ni dónde dirigir primero nuestra atención. Tenemos tantas experiencias por vivir que las propias experiencias o la propia vida siempre pueden esperar a ser vividas. Somos herederos de la posmodernidad y, por tanto, nuestro estado natural es la incertidumbre.

Agotados los viejos relatos que sostenían el mundo, la religión, la familia, la historia o el trabajo para toda la vida como referentes para sustentar el destino, la ilusión o el «tener que», de la vida lo único que ha quedado seguro es que vivimos en un eterno fluir, incierto, pero fluir al fin y al cabo. Podemos llamarlo Hipermodernidad con Lipovetsky, Sociedad líquida con Bauman, o podemos asumir que ya lo hemos producido todo, ya lo hemos consumido todo y hemos entrado en lo que Vicente Verdú denomina el capitalismo de ficción. Pero lo único que es seguro, lo único que no ha cambiado es que somos los mismos seres humanos en búsqueda e intercambio permanente de emociones, cada uno dedicando su vida a un destino personal (idealmente elegido y disfrutado) trabajando desde el que uno es para acabar siendo el que somos. Y esto es lo que nos distingue, lo que nos hace únicos, diferentes y, en última instancia, humanos.

Present

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