En un mercado hipersaturado de oferta con miles de productos inundando la atención del consumidor, la marca se ha convertido en un activo esencial, en la gran opción que le queda a las empresas para conseguir diferenciarse.
Sin embargo, una marca es algo más que la presentación de un producto al mercado. Y si digo esto es porque, para dejarnos conquistar por ellas, les pedimos que sean sutiles en su acercamiento, que no nos saturen, que no bloqueen nuestra atención y que, en definitiva, sean como nosotros queremos que sean. Por tanto, optamos por una aproximación menos comercial y más cercana a la persona. En este sentido, las marcas ocupan un lugar de privilegio que las empresas no siempre son capaces de aprovechar. Las marcas habitan justamente en la intersección entre el mercado y sus consumidores, son su punto de contacto, lo que les otorga una condición única en este ecosistema que a veces pasa desapercibido.
Si queremos humanidad y trato cercano, nada mejor que ser el activo que permite ser el interlocutor entre oferta y demanda. La realidad parece que, de momento, es otra, y como nos recuerda Andy Stalman en su libro Brandoffon: «La mayoría de las marcas tienden a centrar sus estrategias en las plataformas, y no en los destinatarios. Buscan clics, y no personas; se obsesionan con el efecto, y no con el fin. Hasta que en todos los departamentos de atención al cliente, marketing, dirección general, etc., no quede meridianamente claro que detrás de todo están las personas, no habrá posibilidad de éxito. Comprender a las personas, escucharlas, atenderlas, hacerlas sentirse especiales o importantes resulta clave en el proceso de seducción, fidelización y conversión».
Inmerso en estas reflexiones, me acerqué hace unos días a visitar la exposición de Colita en La Pedrera. El valor de Colita es que no solo retrata a Barcelona por fuera, sino también por dentro, desde la nostalgia, desde sus acontecimientos, sus personalidades y sus habitantes. Vemos a escritores, actores, actrices, políticos, gitanos y cantaores flamencos retratados en su faceta más íntima, y eso es lo que consigue que los visitantes se paren, los reconozcan y comenten momentos vividos y compartidos que tienen que ver con estas personas.
¿Quién es capaz de permanecer impasible a la lectura de Gil de Biedma? O ¿quién no se ha emocionado alguna vez escuchando a Serrat? Pues, bien, observando mi reacción y las de los visitantes ante las fotografías de Colita, quise vislumbrar el contexto, las reacciones y las vivencias que sustentan las relaciones entre personas y marcas.